¿Cómo se llamaba la mierda esa? ¿Black devil? Te debo un paquete. Supongo que te lo llevaré a Sevilla en esta rachita que pasarás por allí. Me he resfriado, maldita.

Cerveza de frambuesa, cigarros de chocolate... al final no me comí el bocata en el City. No pegaba con todo ese humo. He tomado algo de paracetamol... antes tomé un mucolítico. Cada vez me acostumbro más al autoconsumo de fármacos. ¿No se supone que me importa todo una mierda, incluyéndome a mí mismo? ¿Para qué me medico?

No sé si quiero estar mejor o estar tirado en la calle hasta que muera de lo que sea. No sé si todo esto lo hago persiguiendo ser un yonqui patético al que patear. Una sombra engullida por las luces de la hipocresía, que iluminan con tanta fuerza que obligan a desaparecer la realidad.

No son luces ni sombras, ni un abismo insondable. No son tus maltidos ojos, que detesto con cada día que pasa, más y más. No es tu ignorancia inocente. Al fin y al cabo quien debe visitar al psiquiatra soy yo. Quien debe cumplir sus obligaciones como venir a trabajar y perder días en los que compartir algo con alguien, soy yo. El tiempo libre, la diferencia de vidas me arrastra. Estoy siendo arrastrado a un lugar siniestro donde deben fumar black devil o algo parecido.

Pasé frío. Ahora me gotea la nariz y tengo la piel irritada, como cuando me bajan las defensas o comienza a hacer humedad en el ambiente. No quiero que nadie me vea ahora. No quiero ver a nadie. Odie llorar anoche. No dije nada que ella no supiera. Yo sí me enteré de cosas que ni siquiera tú sabes. Vaya amistades que hablan sobre alguien a quien dicen querer como si fuese el juguete de una tómbola. Al menos sé que ya no son sólo percepciones mías.

Yo no soy el juguete de tómbola de nadie, y aún así hay quien ha mentido y divulgado falacias repulsivas. Me importan una mierda ya vuestras apuestas y juegos de retrasados. Madurad y dejad de pensar que ya lo sabeis todo sobre todos, como creeis que pienso yo. Maldita zorra repugnante.

Tranqui, no va por ti. Hay demasiadas zorras comiendo a tu alrededor. A ti ya te dije todo lo que te tenía que decir. No es ninguna batalla para ver quien tiene o no razón. Yo no soy quien llora por ir de víctima. Nunca he pretendido ir de víctima. Al contrario. Tengo esa coraza que no podeis pasar, putos bastardos. ¿Y todavía tengo valor para hacer algo por vosotros? No lo mereceis. Sólo vosotras, vosotros, mereceis mi tiempo sin mis problemas. Y me jode que os intereseis por saber si estoy bien o no, porque no quiero haceros partícipes de un mal rato. Sólo quiero que participeis de mi alegría. Esa que contagiaba. Esa que hacía de mí un tío despreocupado, alegre, divertido. Esa que saco a relucir cuando os veo animados y animadas a mi alrededor. Porque no es una mascarada, sino una verdad. Soy yo, aunque luego no distinga mi rostro en el espejo. Aunque se haya deformado tanto de un tiempo a esta parte que no sepa a quien estoy mirando cuando me cruzo con mis ojos. También odio mis ojos. Los odio porque no podeis verlos mientras escribo este sinsentido. Los odio porque ni siquiera quienes los han visto a diario durante tanto tiempo saben hasta que grado son sinceros.

Decidme las veces que os he mentido.

He respetado incluso a quien me ha traicionado. A quien me ha repudiado, a quien me ha escupido a la cara y se ha reido de mí. ¿Acaso no lo he hecho? ¿Hay algo que puedas recriminarme realmente? ¿El decir lo que pienso cuando lo pienso? ¿Respetar a cada gilipollas que ha sido importante para ti?

Piérdete en sus mentiras y adulaciones. Yo estoy hecho de una madera que arde, pero no prende a los árboles de su alrededor. Mi coraza es de un metal que se va calentando hasta disolverse conmigo. Hasta diluirse en una forja para hace anillos que perderé en las infamias. En los momentos en los que te necesité y no te tuve.

Hay demasiado humo ahora, y es a lo que huele mi ropa. Mis vaqueros nuevos, mi chaleco. El suelo de mi casa huele a limón y a vodka. Lo pasé bien con vosotros. Después pude dormir poco. Tenía otros compromisos demasiado complicados. Después no sé qué pasó.

Antes intenté hacer una llamada. Dos... tres y hasta cuatro veces. Salí de allí. Lo intenté. Luego fui a mear donde aquel gato. Escuché como cazaba entre la hierba seca y las jeringuillas y volví. A mi asiento incómodo, a las fotos divertidas, a la cerveza de frambuesa y a los demonios negros que me ofrecieron y no supe rechazar. Porque hay cosas para las que no tengo voluntad, pero no son las que cuentan quienes tienen un interés en hacerme parecer alguien que no soy. Alguien que nunca he sido.

Quiero quedarme en mi cama ahora hasta que suenen las campanadas. Hasta que su tañido se vuelva tan profundo que nadie pueda ver que me levanto. Que nadie pueda oir mis pasos en una noche en la que ya no seré yo. Ni siquiera un lamento inescrutable. En la que me convierta en humo.