Cuando tenía 17, podía tener un corazón entre mis manos y jugar con él, o aplastarlo si me convenía o me aburría demasiado.


Luego crecí, y me percaté del daño que hace esa maldita capacidad de tener mis dedos aferrados al que laman motor de nuestros sentimientos...

Tenía mi camiseta de NOFX. El pelo largo y las ideas confusas. No sabía o que significaban la dedicación ni el amor, por más que intentaban enseñarme. Jugué con unas y con otras, y asumo mi error. Mis errores, que intenté pagar. Mis frustraciones. Mis decepciones.

Fue a los 17 cuando me di cuenta que el mundo no estaba en contra mía, ni yo en contra de él, sino que sencillamente, no estábamos hechos para soportarnos el uno al otro. El dolor, la incomprensión, las amistades inadecuadas que yo me negaba a rechazar pensando que no hacía daño a nadie.

Os lo hice a vosotras, a vosotros. A todos los que os preocupabais por mí. Yo pensaba que sabía algo de la vida. Desde entonces lo que aprendí fue que debía vivirla con todas sus consecuencias.

Hoy esas consecuencias me superan. Vuelvo a tener entre mis manos corazones con los que puedo jugar, que puedo destrozar sin compasión. Vuelvo a tener un poder que nunca quise. Vuelvo a sentirme cómodo en una soledad que me engulle como en una canción de Nirvana. En una tristeza que me deja sonreir con ironía cuando me siento poderoso sobre los demás y sé que no me sirve más que para saciar mi orgullo.

Anoche vi un fantasma. Le puedo echar las culpas a los efectos secundarios, a la ansiedad que no reniega de mí. Pero vi un fantasma vagando tras de mí, por los pasillos oscuros, por las salas vacías. Me giré, y era él. Era yo. Coleccionando corazones que romper que destrozar, que golpear sin remordimientos. Era yo jugando a ser alguien que no me correspondía.

El fantasma me siguió hasta casa. Se metió conmigo en la cama, y creo que cuando despierte no podré verlo más, pero lo sentiré en mis entrañas, usurpando cada gota de agua que me compone. Cada molécula, cada conexión neuronal.

El fantasma está aquí, y quiere que le acompañe, o le deje vivir dentro de mí. Quiere terminar lo que empezó.