Hace tiempo hice algo por una persona. Fue una auténtica proeza. Con tan sólo mi imaginación logré que alguien a más de 800 kilómetros de donde yo vivía, solucionase un aspecto de su vida que le estaba perjudicando cada vez más. Moví los hilos adecuados y el peligro se alejó de él.

Es tan fácil como usar el miedo que albergan las personas en su contra.

Siempre creí ser independiente y frío. Pero me derrumbé. Uno de esos días llevaba colocado un holter. Cuando analizaron el resultado me preguntaron sobre ese momento del día. Se ve que no soy tan inalterable como quiero aparentar.

El caso es que lo solucioné. No he vuelto a usar el mismo método para solucionar nada más. Tras eso me volví más directo, mucho más claro. Me ayudó mucho dar con una persona en mi vida con quien podía hablar de todo con comodidad. Yo ya había superado la timidez preadolescente que me caracterizaba en la niñez. Tampoco es que fuera tímido en realidad. ¿Quizá inseguro?

Pero tampoco importa mucho. De hecho, no importa en absoluto. Como nada de lo que escribo.

Hay personas que ocultan sus intenciones tras tapaderas de difícil credibilidad y luego exhiben sus logros. Es como, explicadme esto. Te rechazo, vale? Después de saltos y dudas, te rechazo porque no puedo dejar de pensar en alguien que ni conoces. Entonces tú, con el falso pretexto de querer ayudarme, empiezas a intimar con esa persona hasta el punto de saber que me estás haciendo daño. Lo sabes, y no es que no lo evites, es que lo haces público de modo que yo pueda verlo. Yo sé que no tienes absolutamente nada que hacer con esa persona, pero que la uses para hacerme daño es patético.

Es como si te digo que me dan miedo los elefantes, que su sola visión hace que me den ganas de cortarme el cuello, y vienes a buscarme en uno. ¡Bien por ti! Eso es maldad elevada a la máxima potencia. Y si no quieres que vea el elefante, no abras las puertas en el preciso instante en el que está pasando. ¿En serio has tenido alguna vez la intención de arreglar algo conmigo?

La mente de un psicópata funciona de formas muy complejas, pero es fácil comprenderla cuando la nuestra es capaz de tener un funcionamiento similar. No es que yo sea un psicópata, eso no lo sé con certeza, pero el hecho de observar tanto a las personas y a sus acciones me confiere cierta capacidad para entender la motivación de sus actos.

Es como, no sé. Pongamos un ejemplo sencillo a la par que enrevesado. Estás con tu mejor amig@ tan tranquil@s cuando de pronto aparece un personaje que os enfrenta y os hace discutir. Tú no le has dado mayor importancia, pero tu amig@ necesita reafirmarle al mundo vuestra posición en el mismo, y coloca carteles por toda la facultad donde se ve lo amig@s que sois. Usa tu imagen para decirle al mundo y a ese personaje/enemigo terrible, que no importa lo que haga contra vosotr@s, porque tú eres el florero que posará en sus fotografías. No estaría mal, pero no es justo que te oculte sus verdaderas intenciones.

Ahora es cuando debería reirme o decir que me hace gracia, porque quien no debe, se devana los sesos, me coloca la capucha de verdugo y llora con hipocresía. Quizá una, dos lágrimas. Pero eso es porque no se está enterando de nada.

Como decía, la mente del psicópata es complicada, pero a la vez es muy simple. Se deja comer por su orgullo y su prepotencia y esa falsa humildad. Es fácil saber cual será su próximo movimiento por muy inteligente que se crea.

De pronto se me ocurre algo. Es como si yo llevase dos blogs. Uno íntimo y otro con intereses profesionales. Resulta que en un momento dado, el profesional, el que me interesa mostrar y que sea conocido, lo oculto bajo petición, y el íntimo, el que hasta el momento no me interesaba compartir más que con amigos, ahora es de domínio público. No tiene sentido a menos que en realidad haya un interés más allá de las falsas apariencias.

Quieres llamar la atención. Ahora escribirás y dirás que has sufrido. Te falta mucha experiencia y a mí hace tiempo que me sobra tanta maraña de ideas. Sesgar este cableado es lo que quiero. Y tengo la manera, pero no tengo remedio.

Entra algo de aire por la ventana y se mueven los papeles de mi mesilla. Hoy no sé a qué hora podré dormir. Me hubiera gustado dar una vuelta esta tarde y despejarme. Hacer un poco el tonto por donde fuera con algo de compañía, pero esta ciudad es muy pequeña y mis premoniciones me dicen que si salgo de casa hoy, no será agradable.

Olvidar es tan fácil. Sobreponerse y volver a dejarse llevar por los instintos. Para otras personas no es tan sencillo y no somos capaces de tener la sangre fría para según que cosas. Irás, te besarás y volverás a soñar. Yo diré adios con la mano y ocultaré mis ojos en un bordillo de metal.

A veces he pensado que yo también soy un psicópata.

You close your eyes everytime you look at me.
You close your ears anytime I speak.
And all you listen, all you see,
Is a thin line of what's real.
And a big lie of what I meant.

Como mirar la vida a través de gafas con cristales de colores, o esas horribles gafas de rayas de plástico que segúramente me hubiera puesto en el 97. Como el año que me paseé por las Colombinas con el sombrero azul de copa y el imperdible atravesándome el séptum. Mi camisa de cuadros y mis vaqueros negros ajustados y rajados.

No he cambiado tanto. Regreso a esa actitud y a esas sensaciones. Incluso el aire huele como a entonces. Casi me evoca el instituto, mis osadías. Mi hastío despiadado y enfermizo.

Creo que me gustaba escribir porque más o menos podía dar forma a mis ideas. Me resultaba más fácil hacerme entender así que hablando. Todo era como más meditado y elaborado.

Creo que no consigo hacerme entender de ninguna forma. Hoy, tras el funeral me hubiera gustado no sentirme solo, pero siempre habrá quien tenga mejores cosas que hacer, como seguir con su vida mientras que yo me he anclado en una poesía desvirtuada que me consume.

Que me quema.

Como las fechas y los números que ya no puedo mirar.