[...] Yo sentí cómo la sangre desertaba de mis venas gota a gota.
Vacío, anduve sin rumbo por la ciudad. Gentes extrañas pasaban a mi lado sin verme. Un cuerpo se derritió con leve susurro al tropezarme. Anduve más y más.
No sentía mis pies. Quise cogerlos en mi mano, y no hallé mis manos; quise gritar, y no hallé mi voz. La niebla me envolvía.
Me pesaba la vida como un remordimiento; quise arrojarla de mí. Mas era imposible, porque estaba muerto y andaba entre los muertos.
Luis Cernuda
Ayer me desperté de un sueño extraño.
Yo había cruzado en barco a Portugal, con mis amigos. Dejé mi coche aparcado en un solar de tierra antes de que amaneciera. Mientras haciamos algo de turismo obligado, dos personas se me aproximaron. Conocían a alguien que yo también, y a pesar de su comportamiento amable, sus palabras eran reproches que se me clavaban en la razón.
Cruzamos lugares familiares. Saludé a gente que se me antojaban indiferentes. Y me acompañaron a un tunel extraño. Yo me tumbé y el tunel se estrechaba y yo avanzaba por él como quien viaja bocarriba en una cinta transportadora. Era rectangular y cerrado y en su pared de enfrente había dibujos angustiosos o versos desesperados. Frases de dolor en las que apenas podía alcanzar a leer unas palabras.
No cabía nadie más a mi lado, y sin embargo, esas voces me seguían acompañando. No recuerdo lo que decían, pero cuando yo, desconcertado por el agotamiento y la pesadez que me invadían, les pregunté a dónde me llevaba aquello. Contestaron con falso cariño:
- Esto te lleva a tu ataúd.
Caí. La más completa oscuridad cubría mis ojos. No era capaz de ver nada. Yo seguía tumbado, así que intenté moverme. Mis piernas apenas lo hacían unos centímetros una de la otra, y mis manos golpeaban algo frente a mi pecho. Estaba realmente en mi ataúd.
De pronto, un rostro bajó hacia mí. Sus ojos muy abiertos miraban a mis ojos, cerrados por la muerte. Su boca parecía ir a estallar en un grito de rabia, de dolor o de odio. Antes de que este rostro se hubiera acercado demasiado, otro diferente se le sobrepuso, con el mismo gesto, con igual violencia. Y otro, y otro. Así hasta decenas de rostros, mientras yo trataba de moverme, de gritar, de salir de allí, de despertarme. Supe que soñaba, pero no podía despertarme.
Lo hice. La angustia era insoportable. La ansiedad me estaba deborando el pecho. Algo me mordía el corazón. Necesitaba oir una voz que me calmase. No sé. Después me vi ridículo.
Esta noche no he soñado. Ojalá hubiera vuelto a tener esa pesadilla.
No es el amor quien muere,
somos nosotros mismos.
Luis Cernuda
cerveza, tú y yo. Va tocando, avisame cuanto llegues del viajecillo.
of course. a ver si el lunes t digo algo