Salgo un momento a la terraza del hall y observo el cielo. Esta tan oscuro como es habitual en esta fecha, a esta hora y en este lugar. No distingo la linea que lo separa del mar. Una luz anaranjada diferencia con claridad las nubes, que flotan bajas y se desprenden en trozos enormes unas de otras. El viento las mueve con rapidez. Deforma las formas que mi imaginación les va dando.
Vuelvo dentro, a la oficina. El clima parece estar cambiando y me apetece ir sacando algo de ropa de invierno. Cuando llegue a casa no, pero cuando me despierte al medio día quizá lo haga. Debería organizar mi armario. Tengo ropa que apenas me pongo, y ropa que hace tiempo que no me pongo pero que me esta apeteciendo recuperar. Supongo que es lo normal a principios de un cambio de tiempo. Esta melancolía que van trayendo el otoño y el invierno. ¡Quizá incluso sea la causa de que me haya dado por escribir tanto ultimamente! No lo se.
Voy arrastrando sueño de unos días a hoy. Apenas he estado durmiendo 4 horas, pero si duermo más no tengo tiempo para disfrutar con las cosas que quiero disfrutar. Hoy estoy deseando llegar a casa y quitarme el disfraz. El que me pongo para trabajar, quiero decir.
Todos nos disfrazamos a diario según la ocasión. Disfrazamos nuestro cuerpo en un ritual social de camuflaje. Y disfrazamos nuestros actos en un ritual social de consecución de objetivos. Nos resulta dificil mostrarnos como realmente somos. Nos resulta dificil porque realmente no sabemos por qué hacemos lo que hacemos y creemos que lo hacemos porque es lo que debemos hacer. Lo que se espera de nosotros. O porque es lo que va a hacer que consigamos aquello que pretendemos conseguir.
Es como una persona que sale a ligar un sábado por la noche. Lleva esa intención. Se disfraza para ello según donde pretenda ir. Elige una ropa, un peinado... y cuando llega al lugar donde piensa desplegar sus encantos, miente al interactuar con las personas que le interesan sociosexualmente. Y no sólo se trata de mentir, sino de desarrollar el plan preconcebido, haciendo de algo tan natural como charlar y conocer gente, un elaborado ritual donde todo está calculado.
Empiezo a pensar que las personas no se emparejan con quienes son similares a ellas por afinidad, sino por comodidad. Hay quien es capaz de cambiar su disfraz por otro parecido al de la persona que le gusta. Total, se trata sencillamente de conseguir un objetivo. Si dispones de los medios, adelante. Nadie se dará cuenta de que estas falseando la realidad. De que no te estás mostrando como eres realmente. De que te estás disfrazando y estás mintiendo en un desesperado intento para conseguir lo que quieres. Pero lo que decía de la comodidad. Si no dispones de los medios para cambiar de disfraz social fácilmente, es mucho más probable que acabes con una persona con cuyo disfraz coincidas.
Todo esto está muy relacionado con las etiquetas realmente. Intentamos convertirnos en lo que creemos que debemos ser y nos perdemos la oportunidad de conocernos y saber quien somos en realidad. No critico la capacidad camaleónica de ser incalificable, sino la falsedad de transformarnos según la ocasión para aparentar ser quien nos gustaría. ¿Pero cual es la línea que separa una cosa de la otra?
Posiblemente la manera de pasar esa línea para poder diferenciarla, son los límites. Los límites a los que se puede llevar a alguien para que se muestre como es en realidad. Que salga su animal y sus bajos instintos, como suele decirse. Si frustramos a una persona, saltará a la desesperada. Su conciencia se nublará por el fracaso y actuará como realmente es. O no es eso. No es como realmente es, sino como no desea mostrarse. Como no queremos que sea. Porque sacará la rabia acumulada, los celos, las envidias y todas esas cosas que contiene para darte su mejor sonrisa. Sacará sus deseos de venganza porque alguien habrá estropeado sus planes. Esos planes tan elaborados para los que ha tenido que maquillarse, disfrazarse, interpretar el papel que creía más apropiado para conseguir sus fines.
Sí, es eso. Si queremos ver la realidad oculta tras una persona, sólo debemos frustrar la actuación que ha estado preparando, y mostrará aquello que tanto se ha esmerado en ocultar.
Quizá entonces, si nos mostramos siempre como somos en realidad, no correremos el riesgo de que llegado el día, alguien descubra que no somos quien aparentamos ser. Nadie podrá reprocharnos el ser unos falsos o unos hipócritas interesados, porque no habremos estado participando de ningún teatro. Evitaremos sentirnos ya no frustrados, porque creo que nadie se puede librar de eso, pero sí humillados.
Sí y tienes razón. Es posible que si te comportas siempre como eres y no de acuerdo a lo que los demás esperan que seas, seas más odiado que amado, pero al menos no te amarán por quien no eres.
Y eso pasa. Cuando va cambiando el tiempo revisamos nuestros armarios y vemos lo que nos vamos a seguir poniendo y lo que se queda pequeño a nuestro lado. Cosas que adquirimos un día pensando que iban a quedarnos bien o a gustarnos pero que al tiempo empezaron a salirle defectos o simplemente nos dimos cuenta de que no era lo que queríamos. Con la ropa es más fácil, claro. No puede mentirnos ni poner cara de pena o hacerse la indignada. No intentará quedar bien delante de nadie y hacer ver que la culpa es tuya. Que tú eres quien hacía el teatro.
Pero bueno. Si no nos viene bien a nosotros, ya habrá alguien que le saque provecho, hasta que vuelva a sobrar en otro armario.
Vuelvo dentro, a la oficina. El clima parece estar cambiando y me apetece ir sacando algo de ropa de invierno. Cuando llegue a casa no, pero cuando me despierte al medio día quizá lo haga. Debería organizar mi armario. Tengo ropa que apenas me pongo, y ropa que hace tiempo que no me pongo pero que me esta apeteciendo recuperar. Supongo que es lo normal a principios de un cambio de tiempo. Esta melancolía que van trayendo el otoño y el invierno. ¡Quizá incluso sea la causa de que me haya dado por escribir tanto ultimamente! No lo se.
Voy arrastrando sueño de unos días a hoy. Apenas he estado durmiendo 4 horas, pero si duermo más no tengo tiempo para disfrutar con las cosas que quiero disfrutar. Hoy estoy deseando llegar a casa y quitarme el disfraz. El que me pongo para trabajar, quiero decir.
Todos nos disfrazamos a diario según la ocasión. Disfrazamos nuestro cuerpo en un ritual social de camuflaje. Y disfrazamos nuestros actos en un ritual social de consecución de objetivos. Nos resulta dificil mostrarnos como realmente somos. Nos resulta dificil porque realmente no sabemos por qué hacemos lo que hacemos y creemos que lo hacemos porque es lo que debemos hacer. Lo que se espera de nosotros. O porque es lo que va a hacer que consigamos aquello que pretendemos conseguir.
Es como una persona que sale a ligar un sábado por la noche. Lleva esa intención. Se disfraza para ello según donde pretenda ir. Elige una ropa, un peinado... y cuando llega al lugar donde piensa desplegar sus encantos, miente al interactuar con las personas que le interesan sociosexualmente. Y no sólo se trata de mentir, sino de desarrollar el plan preconcebido, haciendo de algo tan natural como charlar y conocer gente, un elaborado ritual donde todo está calculado.
Empiezo a pensar que las personas no se emparejan con quienes son similares a ellas por afinidad, sino por comodidad. Hay quien es capaz de cambiar su disfraz por otro parecido al de la persona que le gusta. Total, se trata sencillamente de conseguir un objetivo. Si dispones de los medios, adelante. Nadie se dará cuenta de que estas falseando la realidad. De que no te estás mostrando como eres realmente. De que te estás disfrazando y estás mintiendo en un desesperado intento para conseguir lo que quieres. Pero lo que decía de la comodidad. Si no dispones de los medios para cambiar de disfraz social fácilmente, es mucho más probable que acabes con una persona con cuyo disfraz coincidas.
Todo esto está muy relacionado con las etiquetas realmente. Intentamos convertirnos en lo que creemos que debemos ser y nos perdemos la oportunidad de conocernos y saber quien somos en realidad. No critico la capacidad camaleónica de ser incalificable, sino la falsedad de transformarnos según la ocasión para aparentar ser quien nos gustaría. ¿Pero cual es la línea que separa una cosa de la otra?
Posiblemente la manera de pasar esa línea para poder diferenciarla, son los límites. Los límites a los que se puede llevar a alguien para que se muestre como es en realidad. Que salga su animal y sus bajos instintos, como suele decirse. Si frustramos a una persona, saltará a la desesperada. Su conciencia se nublará por el fracaso y actuará como realmente es. O no es eso. No es como realmente es, sino como no desea mostrarse. Como no queremos que sea. Porque sacará la rabia acumulada, los celos, las envidias y todas esas cosas que contiene para darte su mejor sonrisa. Sacará sus deseos de venganza porque alguien habrá estropeado sus planes. Esos planes tan elaborados para los que ha tenido que maquillarse, disfrazarse, interpretar el papel que creía más apropiado para conseguir sus fines.
Sí, es eso. Si queremos ver la realidad oculta tras una persona, sólo debemos frustrar la actuación que ha estado preparando, y mostrará aquello que tanto se ha esmerado en ocultar.
Quizá entonces, si nos mostramos siempre como somos en realidad, no correremos el riesgo de que llegado el día, alguien descubra que no somos quien aparentamos ser. Nadie podrá reprocharnos el ser unos falsos o unos hipócritas interesados, porque no habremos estado participando de ningún teatro. Evitaremos sentirnos ya no frustrados, porque creo que nadie se puede librar de eso, pero sí humillados.
Sí y tienes razón. Es posible que si te comportas siempre como eres y no de acuerdo a lo que los demás esperan que seas, seas más odiado que amado, pero al menos no te amarán por quien no eres.
Y eso pasa. Cuando va cambiando el tiempo revisamos nuestros armarios y vemos lo que nos vamos a seguir poniendo y lo que se queda pequeño a nuestro lado. Cosas que adquirimos un día pensando que iban a quedarnos bien o a gustarnos pero que al tiempo empezaron a salirle defectos o simplemente nos dimos cuenta de que no era lo que queríamos. Con la ropa es más fácil, claro. No puede mentirnos ni poner cara de pena o hacerse la indignada. No intentará quedar bien delante de nadie y hacer ver que la culpa es tuya. Que tú eres quien hacía el teatro.
Pero bueno. Si no nos viene bien a nosotros, ya habrá alguien que le saque provecho, hasta que vuelva a sobrar en otro armario.
Samu!! Ahora mismo me encuentro trabajando, disfrazada también, de cuerpo y espíritu.
De todas formas, mientras seamos capaces de no perder el rumbo, de no olvidarnos de lo que somos, mientras esa lucidez no desaparezca, no perderemos la partida. El problema es cuando nos acostumbramos y nos mimetizamos tanto que no nos reconocemos ni nosotros mismos.
En fin, sigue siendo tú, aunque a vece haya que jugar al baile de disfraces.
Besos
Wola! si, nuestro trabajo, como la mayoria de trabajos cara al publico es puro teatro, pero en nuestra vida "normal" no llevamos disfraces de ninguna clase. Hay quien tiene un disfraz para cada ocasion! En verdad les compadezco, porque debe ser un estres!!! jajaja 1besote!
Amén.