Algo que le hace llorar,
algo que le hace sentirse mal.
Fermín camina hacia la parada del autobús de línea, de vuelta a casa desde la universidad. Su mochila gris cruzada al pecho, el pelo corto un poco alborotado. Inmerso en su mundo pero sin ir cabizbajo.
Ataque de ideas enfrentadas, sacudidas violentas. Una imagen, un rostro. Una memoria selectiva, confundida por la edad, el tiempo. El cielo cubierto, amenazando con agua, tormenta.
Fermín era de un peblo de Cádiz, pero estudiaba en Huelva la carrera de informática. Quizá porque no había tenido más remedio... quizá por dar un nuevo salto hacia su intimidad. Intimidad que compartía con tres estudiantes más en un piso barato. Ansias de independencia. Un forcejeo con su mundo, con ideas opuestas a las suyas. Una batalla contra mentes ignorantes de su dolor, sus sensaciones. Sus recuerdos, siempre ahí, siempre atacando.
El autobús llegaba. Él se montaba y se ponía de pie por el final, cerca de la última puerta, observando a la gente que pasaba por la calle. Le gustaba ir de pie en el autocar de línea, o mejor dicho, le parecía más cómodo que ir sentado. Su parada, se baja, mira arriba, los edificios... Ya empezaba a chispear. Fermín llega al piso, es un bajo. Entra, cierra tras de sí, va a su cuarto y deja la mochila allí. En la habitación sólo una cama y un escritorio bastante descuidados, hacen compañía al triste armario empotrado. No hay cortinas y sólo algunos posters o fotos de él o sus amigos pegados a la pared, aportan algo de color, calor humano a la estancia. Lo demás son libros apilados, apuntes. Revistas y una guitarra en una esquina.
La primavera termina, pronto llegan los meses calurosos, de vuelta a Cádiz junto a su familia. A decir verdad, los meses calurosos se habían adelantado y días grises como este eran sólo un sueño para los poetas. Sí es cierto que estaba siendo un año cálido en exceso.
Fermín llevaba bien los exámenes de junio, igual que siempre. Nadie le reprocharía nada en cuanto a los estudios. El joven sabía sacar los cursos adelante. Combinaba la inteligencia con su gran fuerza de voluntad. Esa fuerza salía del interés por demostrarse a sí mismo que era bueno, que valía para algo, aunque él aseguraba en sus monólogos internos que al conocer poca gente en Huelva no le quedaba más remedio que estudiar.
Sus compañeros de piso no eran mala gente, pero sí un poco gilipollas. Típicos prototipos del machito moderno. Pero como Fermín decía: "cada uno es como es y no es asunto mío el remediarlo"
- Tío Fermín, estás empanao.
Genaro hablaba medio asomado a la puerta de la habitación. Fermín había estado allí, metido en su cabeza mientras miraba las paredes parcheadasm adornadas de recuerdos, de ídolos y de inspiración.
- Ah tío que pasa. No te había visto.
- No, si es que has entrao a tu bola. ¿Vas a comé algo? Yo me iba a prepará una pizza de estas en el microondas.
- Venga vale, si va a quedar déjame un poco, que tampoco estoy yo con muchas ganas.
Salió Genaro y volvió a la cocina. Fermín, detrás, llegó hasta el salón y se sentó en el sofá. Genaro de vez en cuando se asomaba y hablaba a Fermín.
- Ostia tío la Lucía. Mira, estamos en clase y va y se me sienta al lao. Ostia Fermín, va la tía y me pone las tetas en toa la mesa y con las camisetas esas que ella se pone.
Fermín sonreía por inercia, y también porque en esos momentos era lo que se esperaba de él. Tan obediente, tan poco entusiasmado en estos días, cercanos al verano, cercanos a... esa persona por la que lo arriesgaría todo. Por quien lo daría todo. Y los nervios a veces le trepaban desde el estómago hasta el pecho.
Genaro seguía pendiente del microondas y su almuerzo congelado como quien vigila un guiso y no dejaba sola la cocina. Desde la puerta, a veces seguía contándole a Fermín lo de las tetas de Lucía y que cómo una tía tan fea podía tener esas tetas y ese pedazo de culo.
Pero no era eso lo que el chaval tenía en su cabeza... Lucía no era nadie y no lo sería nunca al lado de esa persona que conoció hace casi cinco años...
Su sonrisa, estar a su lado hablando. La inocencia en la mirada, tumbados hombro con hombro en la playa.
¡PIIIP! Y Genaro llegó con la pizza servida, unas servilletas y un par de platos.
- ¿Una cervecita?
- Deja, ahora me pillo una cola o algo.
- A ver tío, yo te la traigo.
...
algo que le hace sentirse mal.
Fermín camina hacia la parada del autobús de línea, de vuelta a casa desde la universidad. Su mochila gris cruzada al pecho, el pelo corto un poco alborotado. Inmerso en su mundo pero sin ir cabizbajo.
Ataque de ideas enfrentadas, sacudidas violentas. Una imagen, un rostro. Una memoria selectiva, confundida por la edad, el tiempo. El cielo cubierto, amenazando con agua, tormenta.
Fermín era de un peblo de Cádiz, pero estudiaba en Huelva la carrera de informática. Quizá porque no había tenido más remedio... quizá por dar un nuevo salto hacia su intimidad. Intimidad que compartía con tres estudiantes más en un piso barato. Ansias de independencia. Un forcejeo con su mundo, con ideas opuestas a las suyas. Una batalla contra mentes ignorantes de su dolor, sus sensaciones. Sus recuerdos, siempre ahí, siempre atacando.
El autobús llegaba. Él se montaba y se ponía de pie por el final, cerca de la última puerta, observando a la gente que pasaba por la calle. Le gustaba ir de pie en el autocar de línea, o mejor dicho, le parecía más cómodo que ir sentado. Su parada, se baja, mira arriba, los edificios... Ya empezaba a chispear. Fermín llega al piso, es un bajo. Entra, cierra tras de sí, va a su cuarto y deja la mochila allí. En la habitación sólo una cama y un escritorio bastante descuidados, hacen compañía al triste armario empotrado. No hay cortinas y sólo algunos posters o fotos de él o sus amigos pegados a la pared, aportan algo de color, calor humano a la estancia. Lo demás son libros apilados, apuntes. Revistas y una guitarra en una esquina.
La primavera termina, pronto llegan los meses calurosos, de vuelta a Cádiz junto a su familia. A decir verdad, los meses calurosos se habían adelantado y días grises como este eran sólo un sueño para los poetas. Sí es cierto que estaba siendo un año cálido en exceso.
Fermín llevaba bien los exámenes de junio, igual que siempre. Nadie le reprocharía nada en cuanto a los estudios. El joven sabía sacar los cursos adelante. Combinaba la inteligencia con su gran fuerza de voluntad. Esa fuerza salía del interés por demostrarse a sí mismo que era bueno, que valía para algo, aunque él aseguraba en sus monólogos internos que al conocer poca gente en Huelva no le quedaba más remedio que estudiar.
Sus compañeros de piso no eran mala gente, pero sí un poco gilipollas. Típicos prototipos del machito moderno. Pero como Fermín decía: "cada uno es como es y no es asunto mío el remediarlo"
- Tío Fermín, estás empanao.
Genaro hablaba medio asomado a la puerta de la habitación. Fermín había estado allí, metido en su cabeza mientras miraba las paredes parcheadasm adornadas de recuerdos, de ídolos y de inspiración.
- Ah tío que pasa. No te había visto.
- No, si es que has entrao a tu bola. ¿Vas a comé algo? Yo me iba a prepará una pizza de estas en el microondas.
- Venga vale, si va a quedar déjame un poco, que tampoco estoy yo con muchas ganas.
Salió Genaro y volvió a la cocina. Fermín, detrás, llegó hasta el salón y se sentó en el sofá. Genaro de vez en cuando se asomaba y hablaba a Fermín.
- Ostia tío la Lucía. Mira, estamos en clase y va y se me sienta al lao. Ostia Fermín, va la tía y me pone las tetas en toa la mesa y con las camisetas esas que ella se pone.
Fermín sonreía por inercia, y también porque en esos momentos era lo que se esperaba de él. Tan obediente, tan poco entusiasmado en estos días, cercanos al verano, cercanos a... esa persona por la que lo arriesgaría todo. Por quien lo daría todo. Y los nervios a veces le trepaban desde el estómago hasta el pecho.
Genaro seguía pendiente del microondas y su almuerzo congelado como quien vigila un guiso y no dejaba sola la cocina. Desde la puerta, a veces seguía contándole a Fermín lo de las tetas de Lucía y que cómo una tía tan fea podía tener esas tetas y ese pedazo de culo.
Pero no era eso lo que el chaval tenía en su cabeza... Lucía no era nadie y no lo sería nunca al lado de esa persona que conoció hace casi cinco años...
Su sonrisa, estar a su lado hablando. La inocencia en la mirada, tumbados hombro con hombro en la playa.
¡PIIIP! Y Genaro llegó con la pizza servida, unas servilletas y un par de platos.
- ¿Una cervecita?
- Deja, ahora me pillo una cola o algo.
- A ver tío, yo te la traigo.
...
Tenía este texto escrito en un cuaderno. Puede tener unos diez años. No me gusta, pero bueno. Aquí lo dejo como curiosidad :P A ver cuando escribo algo nuevo o retomo mil cosas que tengo abandonadas...
Conque sacando cuadernos viejos ¿eh? Está bien, me ha gustado. La habitación de Fermín se parece terriblemente a mi mitad de habitación durante el curso.
A mí me ha gustado. Incluso diría, así sin conocerte, que hay parte de ti en Fermín. ;)
me he quedado con la intriga....como sigue la historia?
muchas gracias chicas!! >___< la verdad es que aunque hice a Fermín basándome en un amigo, tiene detalles que igual son muy míos, tienes razón :) y me temo que la historia acaba aquí. En mi cabeza está montada casi entera, pero en el cuaderno sólo escribí estos cuantos párrafos! es una de las mil cosas que empiezo y no acabo jamás.
besos!! :D