Su sonrisa duró tanto como un orgasmo fingido. Hay a quien eso le excita, pero yo soy de los que no los soportan.
Salí de aquel lugar. Me asfixiaban la música y el humo. La masa de gente, el hedor que desprendían. Me senté en el murito de enfrente y busqué en mi chaqueta el paquete de tabaco japonés. No eran cigarros lo que guardaba allí, sino un par de porros de maría. Saqué uno y un mechero verde que no prendía.
Al minuto salió ella.
- Odio que fumes eso.
- Yo odio la hipocresía.
- ¿A qué viene eso?
- Nada, déjalo.
La chica se sentó a mi lado. Me miraba como si estuviesemos haciendo algo malo. Al menos había borrado esa sonrisa inútil de su cara. Yo fumaba tranquilo mientras ella continuaba observándome con su pose y su rostro sobreactuados. Se decidió a hablar.
- ¿Estás enfadado?
- ¿Por qué iba a estarlo? Ya no tenemos nada que ver.
- No sé, como te has salido.
- ¿Qué tiene que ver? Puedo salir y entrar cuando me apetezca.
- Pero me mirabas con asco...
- ¿Y?
Sandra se levantó y volvió dentro del local. Regresó a su escondrijo de sudor y humo, de música desquiciada y miradas lascivas. A su cueva de disfraces ridículos. Yo terminé de fumar y emprendí el camino de vuelta a casa. No quedaba lejos de allí y para mí ese capítulo de la noche onubense ya había concluido.
Los gatos que callejeaban junto a los contenedores de basura que había en frente de mi piso, zascandileaban furtivamente. Podía ver el reflejo amarillo de sus ojos mirándome desde debajo de los coches, amenazados por la presencia de semejante depredador, que era yo.
Hubiera deseado tantas veces que no me viesen como un enemigo atroz. Que realmente pudieran leer dentro de mí y conocer la verdad de mis intenciones para poder aproximarse y entrar en esa simbiosis de cariño entre animales de distinta especie... Me sucedía igual con muchas personas. Veían en mí y en mis acciones lo que pensaban que hubieran sido las suyas, sin pararse a comprender que yo estaba muy alejado de sus instintos y sus miedos macabros. Siempre fui tan fácil de entender que la gente sospechaba que ocultaba algo. Que les den.
Subí las tres plantas hasta mi casa. Sacudí las plantas de mis zapatos en el felpudo y entré. No paré en el salón, fui directamente hasta mi cama. Allí rompí a llorar. Sandra había decidido salir de mi vida. Prefirió flotar entre nubes de alcohol, entre manipulaciones y falsas sonrisas que la despedazaban en su ausencia. Ella tampoco había llegado a conocerme, igual que esos gatos, igual que el resto de personas que pensaban saberlo todo de mí. Entonces, desaparecí.
Muy buena entrada. Aquella gente que no se detiene a analizarte, a ver que escondes detrás de la máscara que todos tenemos, no merece la pena. Llegará alguna que se parará ante tí a observar qué escondes. Beijinhos.
gracias Ardid!! esta entrada es parte del relato que comencé hace tiempo en otro post que se titulaba Sandra. creo k ya lo voy encauzando!! ^^
Vas desfasadito actualizando. Actualizaaah ^^
si no paro x casa...