Camino por la casa con las luces apagadas. Descubro que la pulserita de goma verde que me regalaron, brilla en la oscuridad. Acabo de ver una película de pseudoterror en la que un pozo en una casa se alimenta de los miedos de quienes la habitan... Sería difícil en mí, que ya no le temo a nada.
Hace pocos días me ofrecieron un gatito precioso y tuve que rechazarlo. Ojalá tuviera montado ya mi piso, viviese allí y pudiese compartirlo con un animal como ese.
Sigo teniendo ilusiones. No me he vuelto del todo el psicópata que anunciaron que sería. Sigo teniendo cosas que me hacen vibrar en un sentido sano. No, realmente no sé si es así o sólo finjo. Quizá me estoy engañando a mí mismo. Aparto de mi vida y de mi lado a amistades incondicionales. Lo hago por no querer que se vean salpicados de mis errores, de mis blasfemias, de mi irreverente y autodestructivo estado. Soy la muerte en busca de razones para no matar. Un segador de almas que perdió la suya en la lucha contra la mentira que le rodeaba.
No, no encuentro un sólo ser sincero, que merezca que lo mire a los ojos y me pueda devolver un brillo auténtico y honesto. Yo mismo no soy honesto cuando me veo en el espejo y mis pupilas borran el marrón que las rodea. Se dilatan y nublan de negro mi visión. Camino a tientas por mi casa. Salgo de ella y voy a ciegas por un bosque plagado de pozos y piedras, de ratas y zorros.
Darán cuenta de mí los carroñeros cuando caiga, cuando tarde en levantarme. Dejadme, joder!! sólo quiero seguir andando, seguir usando mis sentidos, mis ideas. Seguir conservando mis ilusiones, aunque sea sólo en un frasquito de cristal frágil y tembloroso que guardar entre mis manos, que penda de una cadena colgada a mi cuello.
Dejadme vivir, dejadme soñar. Dejadme en paz con vuestras putas miserias que no me incumben.
Pronto es mi cumpleaños. No pienso celebrar nada especial. No tengo interés en que nadie se acerque a felicitarme y mucho menos que me regalen nada. Sé que lo harán, y lo agradeceré porque en verdad me gusta, pero no quiero que se tomen esas molestias por nada. Soy una persona muy sencilla. Hoy fui feliz en un centro comercial fotografiándome con un enorme peluche de perrito... No necesito más. Mis ambiciones están ahí, esperándome. Pacientes hasta que las quiera retomar, pero mientras tanto, sólo quiero disfrutar el día a día como el estúpido inmaduro que soy. Como la persona que no sois capaces de ver, porque os entretiene el Sam depresivo y frío. El que os niega un beso o un abrazo. El que os esquiva como un gato asustadizo.
En realidad necesito todo aquello que rechazo, pero nada más que cuando os lo pido sin decíroslo. Hasta el momento en que os digo basta, no quiero más. Soy tan simple como complicado y no quiero que os acostumbreis a mí. Me basta con que me comprendais, con que entendais que no quiero saber nada de vosotros por el simple hecho de que no quiero que sepais nada de mí. Soy caprichoso y antojadizo a la vez que inconformista y reivindicativo con lo que me indigna sin afectarme. Soy tan contradictorio que puedo amarte y odiarte, que puedo quererte y sentir asco cuando te veo, al mismo tiempo, sin términos medios.
Cuando abracé el perro de peluche me sentí seguro y cómodo. Me sentí aliviado y feliz. Sentí que mi vida podía tener alicientes. Sentí que no hago daño a nadie por ser como soy pero que podeis hacerme mucho daño si no consigo cambiar.
Nunca voy a poder cambiar. No soy un martir, pero lapidadme si eso os hace imaginaros a vosotros mismos superiores. Yo volveré a ser feliz y despreocupado siempre que tenga algo a que aferrarme, aunque sea un estúpido pedazo de tela relleno de algodones.