Recuerdo mi etapa de instituto sin cariño ni desprecio. Me lo pasaba bien, no hay duda. Tenía club de fans en 3º de ESO cuando yo estaba en 1º y 2º de Bachiller. Se asomaban al balcón desde el pasillo de sus aulas cuando yo salía en los descansos a sentarme en los talleres solo o con algún amigo.
Fue en 2º cuando llegó Sonia. Una chica 7 años mayor que yo, pelirroja. Una mujer que por circunstancias venía como alumna y con la que poco a poco comencé a compartir cosas.
Nos pasabamos juntos las clases, los descansos, los recreos y alguna que otra mona... hablabamos muchisimo. Era la nueva chica explosiva del instituto, así que perdí el club de fans de las chavalas de 3º de ESO y me hice de fans masculinos de módulos, también años mayores que yo, que pensaban que estaba saliendo con ella y me adoraban y adulaban. Me había convertido en el absurdo macho alfa.
Yo llevaba ya escribiendo poesías y pensamientos desde 3º de la ESO... quizá empecé un año antes, cuando me regalaron aquel diario con las pastas de cuero. Pero todo aquello resultaba excesivamente inocente. Todavía yo no había comenzado a vivir entonces. A Sonia parecían fascinarle mis textos y mis ideas. Mis deducciones y mis dudas. Ella vestía ropa cara y elegante y yo con camisetas roídas y pantalones rajados. Su melena rizada y cobriza lucía siempre cuidada, mientras que mis greñas se enmarañaban sin mucho sentido, como en un caos universal.
Podría decir que eramos dos personas que nunca se hubieran conocido en un bar. Que incluso podrían haberse mirado con mutuo desprecio, porque para que engañarnos, todos somos prejuiciosos. Pero coincidimos, charlamos y congeniamos.
Nuestras conversaciones se extendían en el tiempo y el espacio. Nos tumbabamos sobre un banco de piedra compartiendo una litrona mientras hablábamos y ella jugaba con mi pelo. No solucionabamos los problemas del mundo con nuestros diálogos. Eran más simples, pero más profundos. Los dos tratábamos de adentrarnos en la mente del otro. Aprendíamos de la otra persona, pero yo, sobre todo, aprendí mucho de mí mismo.
No es que me cambiase. Defenderé que siempre he sido el mismo, a pesar de los altibajos que puedan haberme sucedido en la vida, pero sí comencé a ser más consciente de mi lugar en mi vida. De mis objetivos. Hablar con ella y escucharla, contestar sus preguntas y sus dudas, surtió algún tipo de efecto en mí.
Nunca estuve enamorado de ella. Lo nuestro era más que un rebelde de instituto y una chica explosiva. No nos unía el físico ni la voluntad de la manada. Estabamos por encima de todo eso.
De hecho, yo nunca había estado enamorado entonces y a ella le sorprendía. Me decía que si eso era así, no sabía lo que me estaba perdiendo. Muchas de las cosas que hablábamos, debido a esa inexperiencia mía, se me escapaban.
Las entiendo ahora, Sonia. Ojalá pudiéramos charlar de nuevo.
Fue en 2º cuando llegó Sonia. Una chica 7 años mayor que yo, pelirroja. Una mujer que por circunstancias venía como alumna y con la que poco a poco comencé a compartir cosas.
Nos pasabamos juntos las clases, los descansos, los recreos y alguna que otra mona... hablabamos muchisimo. Era la nueva chica explosiva del instituto, así que perdí el club de fans de las chavalas de 3º de ESO y me hice de fans masculinos de módulos, también años mayores que yo, que pensaban que estaba saliendo con ella y me adoraban y adulaban. Me había convertido en el absurdo macho alfa.
Yo llevaba ya escribiendo poesías y pensamientos desde 3º de la ESO... quizá empecé un año antes, cuando me regalaron aquel diario con las pastas de cuero. Pero todo aquello resultaba excesivamente inocente. Todavía yo no había comenzado a vivir entonces. A Sonia parecían fascinarle mis textos y mis ideas. Mis deducciones y mis dudas. Ella vestía ropa cara y elegante y yo con camisetas roídas y pantalones rajados. Su melena rizada y cobriza lucía siempre cuidada, mientras que mis greñas se enmarañaban sin mucho sentido, como en un caos universal.
Podría decir que eramos dos personas que nunca se hubieran conocido en un bar. Que incluso podrían haberse mirado con mutuo desprecio, porque para que engañarnos, todos somos prejuiciosos. Pero coincidimos, charlamos y congeniamos.
Nuestras conversaciones se extendían en el tiempo y el espacio. Nos tumbabamos sobre un banco de piedra compartiendo una litrona mientras hablábamos y ella jugaba con mi pelo. No solucionabamos los problemas del mundo con nuestros diálogos. Eran más simples, pero más profundos. Los dos tratábamos de adentrarnos en la mente del otro. Aprendíamos de la otra persona, pero yo, sobre todo, aprendí mucho de mí mismo.
No es que me cambiase. Defenderé que siempre he sido el mismo, a pesar de los altibajos que puedan haberme sucedido en la vida, pero sí comencé a ser más consciente de mi lugar en mi vida. De mis objetivos. Hablar con ella y escucharla, contestar sus preguntas y sus dudas, surtió algún tipo de efecto en mí.
Nunca estuve enamorado de ella. Lo nuestro era más que un rebelde de instituto y una chica explosiva. No nos unía el físico ni la voluntad de la manada. Estabamos por encima de todo eso.
De hecho, yo nunca había estado enamorado entonces y a ella le sorprendía. Me decía que si eso era así, no sabía lo que me estaba perdiendo. Muchas de las cosas que hablábamos, debido a esa inexperiencia mía, se me escapaban.
Las entiendo ahora, Sonia. Ojalá pudiéramos charlar de nuevo.